miércoles, noviembre 07, 2007

Tabasco: un microcosmos que pudo evitarse


Rapiña

Luis Linares Zapata

Tabasco y su repetida tragedia no puede menos que convertirse en un microcosmos de lo que, en lo general, sucede con la casa común de los mexicanos. En el fondo de estos infelices acontecimientos está el largo (ciertamente inmerecido) periodo durante el cual se ha venido aplicando un depredador modelo de gobierno. Los resultados que tal modelo ha provocado están a la vista: salvaje uso de los recursos naturales, innumerables oportunidades desperdiciadas, urgencias abrumadoras e improvisación cotidiana en el actuar de la administración pública, privatizaciones a precio de regalo y graciosas transferencias de empresas a los extranjeros, corrupción creciente y complicidades perversas en las altas esferas decisorias.

Faltan otras muchas características ya bien definidas durante los largos años en que ha sido el horizonte productivo y político, pero con el listado que se adelantó es suficiente para invocar la urgencia de su recambio. Culpar al cambio climático de los sucesos (¿naturales?) no es más que una prueba fehaciente de la actitud timorata de Calderón, presidente del oficialismo más atrincherado, para desviar responsabilidades y diluir la posibilidad de enfrentar la cruenta realidad imperante. Lo más probable, y a pesar de las gravísimas consecuencias derivadas, es que ante la tragedia muy poco sea lo que se ponga bajo severo escrutinio y se finquen las responsabilidades debidas. Todavía más escasas, por consiguiente, serán las revisiones a fondo que pondrían en evidencia el modelo vigente. Lo más seguro es que, por el contrario, se tenga que convivir, al menos por un determinado tiempo adicional, con la tenaz e interesada voluntad cupular de su continuación a ultranza.

Las inundaciones de Tabasco pudieron ser evitadas. La misma ONU lo afirma sin necesidad de recurrir al también válido expediente de los programas hidráulicos que debieron emprenderse y concluirse desde hace años, décadas quizá. Ya en 1999, fecha de la precedente inundación tabasqueña, se determinó (Ernesto Zedillo) iniciar un programa para tal efecto. La intentona, sin embargo, se desvaneció entre los vericuetos de la burocracia y la ineptitud de los gobernadores de Tabasco. Las inversiones requeridas, y que con seguridad tendrían que ser masivas, hubieran hecho manejables las intensas lluvias del último mes de octubre e impedido esta enorme catástrofe. Pero sin llegar a tal extremo de análisis, al menos por ahora, la información disponible era suficiente para coordinar acciones precautorias efectivas. De haber sido el caso, otra historia se contaría ahora.

La simple lectura de la información publicada por la Comisión Nacional del Agua (8 y 15 de octubre) debió conducir a los responsables a emitir alertas a la población tabasqueña, cosa que por cierto hizo el gobierno local, pero sin la suficiente anticipación y con energía disimulada en ruegos. Lo cierto es que, escarbando en informes oficiales sobre el manejo de las presas del Grijalva, salta a la vista de un juicio común y corriente que en el caso de la Peñitas no se actuó acorde con lo que las estadísticas disponibles dibujaban con claridad: el incremento, cada tres años, de lluvias y escurrimientos anormales en octubre. Por razones todavía oscuras, la citada presa estaba llena a casi la total capacidad (96 por ciento) y, por tanto, no pudo resistir las avenidas adicionales. Las otras tres grandes presas, en cambio, tenían sobradas capacidades para retener adicionales lluvias (11 veces la capacidad de Peñitas), aun las más cuantiosas. Continuar leyendo

Tabasco: inventario de daños

Mejor al revés


Alejandro Nadal

El primero de noviembre de 1755 un violento terremoto destruyó la mayor parte de Lisboa. Murieron unas 60 mil personas por el colapso de casas y edificios, el tsunami que siguió al sismo y los voraces incendios que acabaron con lo que quedaba de la ciudad.

La catástrofe estremeció la conciencia de la Ilustración europea y provocó un debate apasionado entre Voltaire y Rousseau. En “Poema sobre el desastre de Lisboa” y en su Candide, Voltaire arremetió contra las ideas de la Iglesia sobre la bondad infinita de la voluntad de Dios: ¿cómo podría permitir semejante desolación un Dios, por más alejado que estuviera de la administración detallada de los asuntos terrenos? Rousseau, por su parte, argumentó que la catástrofe era más bien el resultado de decisiones humanas. En una carta le explica: “Si los residentes de esa gran ciudad hubieran estado mejor distribuidos y la densidad de las construcciones hubiera sido menor, las pérdidas humanas hubieran sido insignificantes”.

Rousseau estaba adelantándose al concepto de vulnerabilidad. Pero esa palabra puede resultar engañosa. Se sabe, por ejemplo, que la pobreza aumenta la vulnerabilidad, pero la negligencia juega frecuentemente un papel más importante. Los ejemplos se multiplican y la catástrofe de Tabasco es quizás el arquetipo de desastre que tiene escritas las palabras negligencia y corrupción por todos lados. Negligencia y corrupción de gobernadores, elite adinerada, legislaturas locales, y hasta la clase política en el centro del país que comparte décadas de descuido frente a los problemas nacionales.

¿Qué diría Rousseau si pudiera ver que en 1999 se produjo un ensayo general de esta catástrofe y que los responsables prefirieron no hacer nada? Hubiera pasado de la vulnerabilidad a la negligencia rápidamente, ya que las probabilidades de que estas inundaciones alcanzaran la dimensión actual eran significativas y todos lo sabían. Pero el riesgo y el peligro nunca fueron integrados en los planes de inversiones sobre manejo de sistemas hidráulicos, localización de asentamientos humanos, actividades productivas u obras de infraestructura. Ahora el inventario de costos económicos da una idea de la insignificancia del gobierno para enfrentar la emergencia. Seguir leyendo

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